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Fundamentos

Por qué y para qué es necesario labrar el terreno

En qué momento se hace necesario labrar, qué características debe tener un buen suelo de cultivo, es beneficioso o perjudicial labrar la tierra
Publicado: (última modificación 10 Oct 2023) Por Foto del autor Sígueme - ♻ Apoya mi causa

Con permiso del lector, comencemos con un poco de historia para entender todo mucho mejor. La aparición de la agricultura como actividad, marca el límite entre el Paleolítico, la edad de piedra (o piedra antigua), y el Neolítico, piedra nueva o nueva era, que se podría decir que aún continúa en la actualidad.

Terreno huerto preparado

Pues bien, para que la agricultura, o el cultivo de plantas, pudiera ser lo suficientemente importante como para sostener a una comunidad de personas, una familia o una aldea, por ejemplo, preparar la tierra de una o de otra forma fue clave.

Como se explicará con más detalle a lo largo del artículo, a nadie se le ocurriría sembrar trigo en una parcela llena de matorral o de zarzas. Primero porque no es posible acceder al suelo para enterrar las semillas de una manera sencilla, y segundo porque aunque se lograra, las plantas no recibirían suficiente luz, nutrientes y agua para producir una cosecha. Sería una pérdida de tiempo, de recursos y de energía. Y ya que se menciona la recolección, en caso de que hubiera algo que cosechar, sería muy complicado de recoger.

Pero volviendo a lo dicho de enterrar las semillas, alguien podría pensar que no es necesario, que con esparcirlas sobre la tierra ya es suficiente. Algunos aún lo defienden a día de hoy. Quizás en un desierto y con semillas muy pequeñas, sí, pero en cualquier otro lugar en el que haya vida, sobre todo pájaros y roedores, enterrar las semillas es fundamental, si no se quiere que acaben en el estómago de esos voraces animales.

Estos motivos de peso, y de sentido común, hicieron que antes de sembrar nada en una zona, primero se retirara toda la vegetación existente. Un duro trabajo cuando se trata de matorral o incluso árboles, a menos que se use la peligrosa y potente tecnología del fuego. Pero esto solo sería necesario en terrenos que nunca fueron cultivados, en los que llevan bastante tiempo abandonados o en parcelas cuyo uso no era agrícola sino forestal.

MatorralFuente: Wikipedia/User:Xemenendura

Como se puede ver en la imagen adjunta, por muy natural o inalterada que esté esa comunidad de matorral, imposibilita el asentamiento de cualquier cultivo herbáceo, ya sean cereales, oleaginosas, legumbres, hortalizas, etc. Es la ley de la sucesión ecológica. Cada tipo de planta tiene su momento, y las herbáceas, como son la mayoría de los cultivos, solo pueden prosperar en terrenos que han sido desprovistos de vegetación de mayor porte. Justo lo que ocurre después de un incendio forestal o de labrar un terreno.

Pues bien, hasta tiempos bastante recientes, lo que hacían los agricultores para terminar con el dominio de la vegetación natural, como esos arbustos de la foto, en una parcela que querían cultivar, era realizar quemas controladas. Con ellas reducían el matorral, e incluso los árboles, a cenizas, dejando el terreno casi despejado del todo y además fertilizado con muchos minerales importantes para la agricultura y que abundan en las cenizas de restos vegetales.

Hoy en día la utilización del fuego para retirar la vegetación de una finca es poco menos que una temeridad, especialmente en el contexto actual de avance de la desertificación y aumento de la temperatura media global. Hace cientos de años no lo era tanto, porque el terreno abandonado apenas existía, estando el resto del territorio cultivado, y especialmente pastoreado, es decir, sin apenas combustible que facilitara la propagación de los incendios forestales.

En la actualidad, a medida que cada vez son más numerosos los agricultores que cultivan por mera afición, van apareciendo filosofías o formas de trabajar muy diversas. Unos piensan que la tierra hay que trabajarla mucho para lograr buenas cosechas (filosofía convencional). Otros sostienen que al contrario, que debe labrarse lo menos posible para que no se deteriore su estructura y su fertilidad naturales (filosofías naturista, holística, regenerativa, etc).

Masanobu fukuoka

Parecen planteamientos contradictorios, así que es lógico pensar que ambos no pueden estar en lo cierto, ¿verdad? Como casi siempre en la vida, no todo es blanco o negro, la mayoría de las cosas están entre los extremos, y en este caso ocurre lo mismo.

En la foto anterior puede verse al señor Fukuoka, autor del influyente libro La Revolución de una Brizna de Paja, en el que cuenta cómo obtuvo excelentes cosechas a través de la agricultura natural, sin arar, sin fertilizantes y sin eliminar las malas hierbas.

Entonces, ¿cómo hay que preparar la tierra? ¿Es necesario labrarla? ¿Se puede cultivar sin laboreo y obtener buenas cosechas? Todas estas cuestiones y muchas otras serán respondidas a continuación, pero antes veamos cómo tiene que ser la tierra ideal de un huerto.

Características de la tierra ideal para un huerto

El "tipo de tierra" que dará buenos resultados a la hora de cultivar un huerto depende de diversos factores, como el tipo de cultivos que se van a plantar, la disponibilidad de agua, el clima y otros factores locales. Sin embargo, en general, una buena tierra para un huerto debe tener las siguientes características:

Textura adecuada: La tierra debe tener una textura equilibrada que permita un buen drenaje y retención de agua al mismo tiempo. Una mezcla de arena, limo y arcilla es ideal, lo que se conoce como suelo franco. La textura ideal puede variar según los cultivos, pero esta mezcla proporciona un buen equilibrio.

Nutrientes: La tierra debe ser rica en nutrientes esenciales para el crecimiento de las plantas. Esto incluye macroelementos como nitrógeno, fósforo y potasio, así como micronutrientes como hierro, manganeso, zinc, entre otros. Se puede enriquecer la tierra con compost u otros abonos orgánicos, o minerales, para mejorar su contenido de nutrientes.

pH adecuado: El pH de la tierra debe estar dentro del rango adecuado para los cultivos que se planea plantar. La mayoría de las plantas prefieren un pH de ligeramente ácido a neutro (entre 6.0 y 7.0), pero hay excepciones. Se puede ajustar el pH del suelo con enmiendas como cal o azufre.

● Buena estructura: Una tierra con buena estructura es esponjosa y permite que las raíces de las plantas respiren y se extiendan fácilmente. Evita la compactación excesiva del suelo.

Buen drenaje: El exceso de agua en la tierra puede ser perjudicial para las plantas. Es importante que la tierra tenga un buen drenaje para evitar la acumulación de agua alrededor de las raíces. Este aspecto depende de la pendiente del terreno, de la profundidad del nivel freático, de la textura y estructura del suelo, y de la materia orgánica que posea.

Materia orgánica: La materia orgánica en el suelo mejora su fertilidad y estructura. Agregar compost o estiércol bien descompuesto, enriquece la tierra y proporciona un ambiente beneficioso para los microorganismos del suelo.

Antes de plantar cualquier hortaliza o frutal, es recomendable realizar un análisis de las propiedades del suelo para determinar sus características específicas y las enmiendas que pueden ser necesarias. Se pueden obtener kits de prueba de suelo en Amazon o consultar a un experto en agronomía.

Es necesario recordar que las condiciones del suelo pueden variar según la ubicación geográfica, por lo que es importante adaptar estas recomendaciones generales a las condiciones locales. Además, es fundamental realizar un seguimiento regular del estado del suelo y hacer las correcciones necesarias a lo largo del tiempo para mantener un huerto saludable y productivo.

En este punto, el lector se habrá dado cuenta de si su suelo reúne o no todas estas características que lo hacen ideal para el cultivo de frutas y hortalizas. Si ya las posee, entonces solo se tiene que preocupar de su mantenimiento a lo largo del tiempo. En cambio, si está lejos de ser como se ha descrito, le quedan por delante bastantes trabajos de laboreo y de aplicación de enmiendas.

Labrar la tierra: beneficioso o perjudicial

Tiene sus cosas buenas y malas, pero casi siempre las buenas salen ganando.

Como sostenía el señor Fukuoka, en la naturaleza nadie prepara el terreno para que las semillas germinen, las plantas extiendan sus raíces por el suelo y se desarrollen hasta la madurez. Entonces, ¿por qué habría que hacerlo cuando se cultiva un huerto? Ya se dijo más arriba: sucesión ecológica, pero actualmente este solo es el motivo primigenio.

En la actualidad, es la mecanización agrícola (entre otras prácticas) tanto la causa como la consecuencia de que sea necesario labrar el terreno. Dicho de otra manera, son algunas problemáticas habituales del cultivo las que "obligan" a labrar el suelo antes de cada siembra o plantación. A continuación se mencionan las más importantes, desde nuestro modesto punto de vista.

Compactación

Además de la imperante y omnipresente sucesión natural, la causa principal que hace esta labor necesaria, es que en un huerto tradicional, la tierra se suele compactar mucho tras una temporada de cultivo. Pierde su estructura natural, su porosidad. Se vuelve una masa dura y densa que apenas puede contener aire y agua, ambos fundamentales para el desarrollo de las plantas.


Labrar el terreno se hace necesario para imitar las condiciones de un suelo en estado natural, por ejemplo uno de un bosque o una pradera: suelto y aireado, rico en materia orgánica y fértil.


La compactación del suelo suele ser siempre provocada por la actividad humana, ya sea de forma directa o indirecta.

Indirectamente ocurre en suelos arcillosos y/o sin vegetación, que al secarse se vuelven muy duros y poco o nada apropiados para el cultivo, si no se labran. Un suelo sin cobertura, salvo que sea muy arenoso, suele compactarse en poco tiempo por el simple efecto de la lluvia y del sol.

En el otro lado, la compactación provocada directamente por la actividad humana, en concreto por las prácticas agrícolas. Suele ser la más frecuente, y tiene las siguientes causas:

Trasiego de personas y/o maquinaria

Calicata en suelo compactado

La primera, y más obvia, es que al pisar la tierra, actividad necesaria para eliminar las "malas hierbas", entutorar, recolectar, etc, esta se va apelmazando y endureciendo. Pierde su porosidad natural, su estructura, y con ello sus propiedades para el cultivo.

En la imagen adjunta, que muestra un corte en el suelo, se puede ver como la tierra está totalmente compactada.

Esto es más grave cuando se emplea maquinaria pesada, como tractores, cosechadoras, etc. Y mucho más si se pisa cuando está demasiado húmeda.

Según el tipo de suelo y la intensidad del "pisoteo", la compactación puede llegar a una mayor o menor profundidad.

En estas condiciones, si no se preparara a conciencia el terreno antes de sembrar el siguiente cultivo, las raíces de las plantas tendrán muchas dificultades para penetrar en el suelo. Les costará mucho avanzar, y por tanto encontrar los nutrientes y el agua necesarios para su desarrollo y, en consecuencia, su crecimiento será muy precario. A veces, cuando un cultivo no crece, es por esta simple causa. Todo lo demás puede ser correcto pero si la estructura no es buena, el cultivo tampoco lo será.

Por otro lado, la tierra compactada retiene mucho menos aire y agua en su interior, elementos que las raíces y los microorganismos del suelo necesitan para poder vivir (Microorganismos=Fertilidad) Requieren que haya aire y un intercambio de este con la atmósfera, y para eso el suelo tiene que permitir una buena ventilación, lo que ocurre mucho mejor en los poros de gran tamaño. Y con el agua más de lo mismo. Es el vehículo que transporta los nutrientes a las plantas, y su escasez en el terreno suele ser la causa principal de que un cultivo no se desarrolle bien.


Las prácticas agrícolas convencionales son las causantes de que sea necesario labrar la mayoría de los suelos de cultivo.


En condiciones de suelo compacto, el cultivo es casi imposible. Si no se labra el terreno, las plantas tienden al enanismo y los frutos son escasos y de pobre calidad. Un cultivo con pésimos resultados. Y esto no es lo que desearía cualquier horticultor, a pesar de que la preparación del terreno sea una de las labores más intensas y costosas, casi siempre es necesaria para obtener un buen rendimiento en forma de cosecha.

En un terreno compactado, aún hay que esperar un último efecto indeseado: el deficiente drenaje del agua.

El drenaje es la capacidad que tiene el suelo para dejar escurrir el agua a través de él, pero también para permitir su entrada en el terreno. Si la tierra se compacta, los poros se vuelven mucho más pequeños, y como ocurre en un colador cuando se tapona, dejan pasar el agua muy lentamente. Esto puede tener dos efectos: en caso de lluvias importantes, al infiltrarse en agua con dificultad, se acumula en la superficie generando importantes escorrentías que se llevan el suelo. Por otro lado, si las lluvias son débiles y prolongadas, la tierra permanecerá encharcada por largos periodos. Cualquiera de las dos cosas es horrible para la agricultura.

Lluvia y riego

La segunda causa de compactación y pérdida de la estructura del suelo, es la lluvia y el riego, aunque en este caso algo menos importantes que la anterior.

La energía de las gotas de agua estrellándose contra el suelo desnudo, va empujando las partículas de tierra poco a poco hacia abajo. Además, el hecho de que la tierra se moje, la hace más susceptible a desplazarse y comprimirse. Esto se puede observar cuando se riega el sustrato de una maceta justo después de un trasplante. El simple hecho de llenarse los poros de agua, hace que el material se comprima, quedando el nivel del sustrato más bajo que antes de regar.

Gota tras gota, se va creando una capa o costra endurecida sobre el terreno. Esta costra, aunque normalmente es superficial y delgada, perjudica el desarrollo de las hortalizas por varios motivos que se explican aquí abajo.

✘ Menor aireación y penetración del agua

La capa de tierra comprimida es menos porosa que la tierra suelta. La menor cantidad de poros y el tamaño más pequeño de estos, hace que el aire y el agua penetren con mucha dificultad.

Esto se puede ver fácilmente cuando, después de unos días de lluvias o riegos por aspersión o inundación, se echa agua con una regadera al pie de una planta. El líquido se escurre en todas direcciones, en lugar de infiltrarse. En cambio, si antes se rompe la costra superficial, el agua penetra rápidamente en el terreno, llegando a la zona de las raíces, abasteciendo a la planta y quedando a salvo de la evaporación.

Esto es lo que se ve, pero con el aire pasa algo parecido, y el intercambio de gases entre el suelo y la atmósfera es muy importante para la fertilidad y la salud de la tierra. Los microorganismos del suelo producen y reciclan los nutrientes de las plantas, y necesitan aire para trabajar. Son los responsables de transformar la materia orgánica bruta (estiércol, compost, etc) en compuestos nutritivos directamente asimilables por las raíces de las plantas.

✘ Dificulta la emergencia de las plantas

Hortalizas como el ajo, judía, guisante, zanahoria y otras que se siembran directamente en el suelo, tendrían que romper esa costra para poder emerger a la superficie.

Esto retrasaría el nacimiento, e incluso podría hacer que algunas semillas no lograran superar esa barrera y se echaran a perder.

Es muy frecuente que si llueve intensamente o durante mucho tiempo después de haber realizado una siembra, gran parte de las semillas no germinen y haya que resembrar.

Pérdida de fertilidad

La otra gran razón por la que los suelos se preparan antes de una siembra o plantación, es la necesidad de aportarles nutrientes. Pero veamos que ocurre en la naturaleza.

En un suelo natural, año tras año, los restos vegetales y animales van quedando depositados en la superficie, formando una capa más o menos gruesa de materia orgánica, el mantillo. Esta capa de restos va descomponiéndose con el tiempo, y lo hace más rápido bajo la superficie de la hojarasca, allí dónde la humedad y la temperatura son más constantes y permiten la vida de los organismos saprófitos (comen materia orgánica muerta), como lombrices, hongos y muchas especies de microorganismos.

Esta capa superior del suelo, repleta de materia orgánica en diferentes grados de descomposición, es una auténtica reserva de nutrientes para las plantas, y lo es a largo plazo, porque siempre se está produciendo más y más.

Pero ¿cómo llegan estos nutrientes superficiales a mayor profundidad, allí dónde se encuentran las raíces de las plantas? Bueno, pues hay que considerar estas cosas:

● La mayoría de las raíces delgadas, que las plantas utilizan para recoger nutrientes, son superficiales. Solo las gruesas de árboles y arbustos profundizan en busca de sustentación (para sostener la planta en pie) y agua en suelos secos.

● La lluvia, cae sobre la capa superficial y fértil, disuelve gran cantidad de nutrientes asimilables por las plantas, y los arrastra hacia abajo a través del perfil del suelo. Esto genera un gradiente de fertilidad, es decir, el suelo es más fértil en la superficie y menos a medida que se profundiza, pero aún así sigue habiendo nutrientes, aunque sean cada vez menos abundantes.

● La vida del suelo también contribuye a distribuir los nutrientes hacia abajo. Las lombrices, por ejemplo, cavan galerías que van de zonas más profundas hasta la capa superficial de restos en la que se alimentan. Al descender, van depositando sus excrementos a lo largo de la galería, nada más y nada menos que el famoso humus de lombriz. Los roedores también suben a la capa superficial para capturar los insectos que allí viven, bajo la hojarasca, y al bajar de nuevo, dejan sus excrementos (estiércol).

Como puede verse, en un ecosistema natural equilibrado, todo funciona a la perfección. El suelo se mantiene fértil indefinidamente y no es necesario labrarlo en absoluto, salvo si se quiere reiniciar la sucesión ecológica para poder comenzar un cultivo.

Pero volviendo al caso de una tierra de labor, estos procesos naturales de fertilidad están bloqueados por la propia actividad agrícola.

El cultivo crece, extrayendo gran cantidad de nutrientes del suelo, luego se cosecha y se lleva a otro lugar, perdiendo la tierra para siempre esos nutrientes. Tradicionalmente, los rastrojos o restos del cultivo, solían quemarse en el terreno, para hacer el trabajo más sencillo. Esto destruía toda la materia orgánica que contuvieran, dejando en el suelo solo la ceniza, es decir, los minerales que no se pudieron quemar. En la naturaleza esto sería como quemar un bosque; todo debe reiniciarse de nuevo, incluso la fertilidad.

Hoy en día apenas se queman rastrojos, optando por enterrarlos en el suelo mediante el laboreo del mismo. Esta es una práctica más sostenible y mejor para mantener una fertilidad más alta, aunque por sí sola insuficiente para garantizar un nuevo cultivo al año siguiente. La extracción de nutrientes realizada por el cultivo, suele ser mayor al aporte que puedan hacer los rastrojos. Aquí es dónde se hace necesario el abonado, ya sea con materia orgánica (lo ideal) , con abonos verdes o con fertilizantes industriales.

El aporte de abonos hace que sea necesario labrar la tierra de nuevo. Se podrían dejar en la superficie, como ocurre en la naturaleza, pero en tan poco tiempo no llegarían a capas más profundas del suelo, o serían arrastrados si caen lluvias fuertes. Por eso se entierran, para protegerlos y al mismo tiempo distribuirlos por los 30-40 cm superiores del suelo, allí dónde se extenderán la mayoría de las raíces del cultivo.

Y para terminar, hay que mencionar rápidamente las cosas negativas más importantes que acarrea la labranza: remover la tierra facilita la erosión, la pérdida de nutrientes a la atmósfera en forma de gases, la pérdida de microorganismos y el deterioro de la materia orgánica al quedar expuestos al sol y al aire.

Como puede verse, el tema es bastante complejo. En resumidas cuentas, es la propia agricultura la que "obliga" a preparar el terreno para devolverlo a una situación de fertilidad que se le arrebató cultivando. Cada horticultor tendrá que decidir si le beneficia más o menos labrar la tierra, según lo que vaya a cultivar, las características del terreno, del clima, etc.


Autor José A. Amigo

Soy ambientólogo, especialista en Gestión de la Calidad y del Medio Ambiente, autodidacta y embarcado desde hace casi dos décadas en el mundo web, amante de la naturaleza y de la vida saludable. Tengo un gran huerto familiar ecológico.